lunes, 16 de noviembre de 2009

El Conductismo

Esta es una reflexion acerca del conductismo.
¿Serias un profesor(a) asi?



La profesora Celia era una  maestra de primaria, de español. Siempre jovial, sonriente y de buen humor, entraba a clases de manera muy puntual. Físicamente era una maestra alta, de cabello lacio, “gordita” y con una vestimenta impecable.


Tenía todo un ritual de entrada a clases muy establecido. Lo primero que hacía era pasar al lado de cada uno de los alumnos pidiendo mostrar las manos y las uñas. Pedía también ver sobre el banco el lápiz  de cada estudiante, con buena punta. De uno en uno,  iba revisando “la limpieza personal” y la “herramienta tecnológica” básica. Quien tuviera “tierrita” en las uñas o algún indicio de dulce o algo parecido, pasaba a la “lista pública”.


En el salón estaba una gran cartulina con el nombre de todos los alumnos. Durante la semana la maestra iba poniendo una “palomita”  a quien cumplía con el requisito y una “tachita” a quien no lo hacía. Los alumnos veían rápidamente quien cubría los requisitos y quién no. Por supuesto que no gustaba para nada tener más de dos “tachitas” acumuladas porque llegar a tres era un reporte a los papás. Además avergonzaba la situación ante los compañeros. 


El lápiz no podía faltar sobre el pupitre, un lápiz con buena punta y buen borrador.  En caso de que alguien lo olvidara o no lo tuviera listo, tenía que pasar por la penosa situación de ir a la dirección a  hablar con el director y explicar su falta. El director luego de un “regaño”  “prestaba” un lápiz y aconsejaba al alumno olvidadizo, no volver a repetir la historia.  Por ello, cuando se entraba al salón diariamente, había algo así como una sensación de “angustia” de tener todo tal cual lo pedía Miss Celia , para evitar “regaños” de “orden superior”


La especialidad de la maestra, o por lo menos la materia que ella decía que más le gustaba, era el español; y  su manera de enseñarnos ortografía era muy específica.
Comenzaba su clase con el dictado. Era un texto generalmente corto o un extracto  de una lección del libro de lectura. Cada día era un texto distinto por supuesto.



Debíamos estar muy atentos al dictado  de la maestra, para que no se pasara ninguna palabra por alto. Era muy cuidadosa con su dicción y sobre todo con la entonación. Hablaba en voz medianamente  baja. Nadie comprendía el porqué. Los cuarenta alumnos del grupo, tenían que prestar atención y tener el máximo silencio posible pues de otra manera no les iría bien.


Una vez que la maestra concluía el dictado, los alumnos se paraban al lado de su escritorio y con un lápiz de color rojo la profesora Celia marcaba los errores.
¡Se fijaba en todo!  El dictado era para revisar las mayúsculas y las minúsculas, los acentos, los puntos y seguido, los puntos y aparte, los títulos, los nombres propios,  las interrogaciones y los signos de exclamación. Alumno por alumno  revisaba cada libreta ¡con tanta rapidez!



Además y por si fuera poco, las libretas deberían estar impecables, sin manchitas, sin tachones y sin dobleces en la hoja en la que se había escrito el dictado.  En el caso de haber una palabra o un signo mal escritos, una mancha, o un doblez,  regresaba al banco a los alumnos y pedía repetir y escribir de nuevo  TODO el texto,  que había dictado para luego, nuevamente, volver a la revisión.


Si el tiempo no  alcanzaba  al alumno entonces ¡era peor! Lo tendría que hacer tres veces en la casa y como encargaba muchas más tareas, entonces la cosa se complicaba.
La atención de los alumnos en la clase era total. Durante al menos una hora  que duraba la sesión todos el grupo se mantenía “pegado” a su libreta, escuchando con atención a la profesora Celia.
La otra manera de enseñar ortografía era a través de la lectura en voz alta. La maestra comenzaba poniendo el ejemplo de cómo debía leerse cualquier texto. Con una entonación y dicción perfecta, leía textos cortos. Al finalizar un párrafo  ella decía quien debía seguir la lectura. Paraba al lector y nombraba al siguiente. De esta manera también la atención era obligada. Si alguien se equivocaba en la dicción de alguna palabra acentuada o en la lectura de los signos de puntuación, aprovechaba para marcar el error y lo corregía públicamente de manera enfática.  



Si ella pedía que alguien continuara y no lo hacía de la manera esperada,  entonces sacaba  al alumno del círculo de lectura y  éste perdía su derecho a participar. No era muy satisfactorio equivocarse; es más, era muy vergonzoso,  porque no faltaban las risas sigilosas de los compañeros o bien las burlas; era una gran presión  la hora de la lectura  y la maestra lo sabía.


            Todo este  trabajo durante la semana tenía su corolario el viernes,  día en que había una “competencia académica” entre los alumnos del grupo mediante un examen de  ortografía.


Los viernes los alumnos debían  de ir preparados para enfrentar una larga lista de cien palabras que la maestra había seleccionado con anticipación.


Cada palabra tenía una letra  o un acento que faltaba y cada alumno debía completarla de manera correcta en un tiempo límite. Se estaba siempre bajo presión del reloj.


Cuando terminaba el tiempo marcado, la maestra anunciaba  ¡cambio!   Y todos los alumnos cambiaban el examen con su compañero de banca.  La maestra ponía en el pizarrón la palabra correcta en su ortografía y cada alumno evaluaba los aciertos o los errores que encontraba. Era una  “especie” de co-evaluación. 


Un recuerdo  muy marcado de esa clase era la presión del tiempo y la emoción de  hacer las veces del profesor,  al revisar al compañero; lo triste era que si no  se había memorizado bien la ortografía entonces los errores saltaban a la vista y ¡ la calificación también…!!
¿ Qué opinas al respecto?




1.   ¿Qué  principios conductistas ves reflejados o aplicados en su método  de trabajo?

2.   ¿Realmente es tan negativo el conductismo como algunos teóricos lo han querido satanizar?

3.   ¿Existe algo bueno en el conductismo? Por ejemplo, en el caso de  la profesora que ahora se presenta.

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